Kalenderblätter Merck
Caja de resonancia de lo artístico
Observaciones acerca de las fotografías de Mirko Krizanovic
Roland Held
“Como si yo no estuviera allí” – así quiere el fotógrafo Mirko Krizanovic que sea la impresión que sus imágenes produzcan en quien las contempla. ¿Corno debemos entender esta frase que, de manera tan lapidaria, se aparta de la conciencia de sí mismos, marcadamente individualizada, que suele ser propia de los artistas, del nimbo de la personal caligrafía de una obra de arte? El tema de Krizanovic es el ser humano. El ser humano en su totalidad, tanto si se trata de la multitud de viandantes de una gran ciudad alemana, que pasean por las calles y van de compras, de quienes viven apartados en un monasterio budista del interior de Asía, o de los refugiados de un país africano azotado por la guerra que, desterrados, desposeídos de sus derechos, heridos, se amontonan represados en un campo. En toda circunstancia quiere el fotógrafo dejar el objeto viviente de su interés tal cual es. Su cometido no es la provocación ni la avenencia. Antes bien consiste en esperar con paciencia el momento preciso en el que se ofrece a su lente – de un modo fugaz, sumamente breve la mayoría de las veces – la escena que, sin disimulo, con fuerza expresiva y de manera “focalizada”, encarna lo característico de una situación impuesta por fuerzas superiores. Y ese momento no llegaría nunca si el fotógrafo se presentara a sus modelos del mundo real como agresivo voyeur, como parásito visual. La desconfianza tiene que haber dado paso por lo menos a la tolerancia, si es que no a la confianza, para que se produzca la inmediatez, incluso la intimidad que Krizanovic busca (y que es tan típica de sus mejores fotografías). Especialmente, el trato con otras culturas requiere un extraordinario tacto. Un intruso rara vez conseguirá un efecto penetrante con la cámara.
Y un fotógrafo de prensa debería conseguir ese poder de penetración si quiere llegar a un público en tiempos de un desbordamiento de imágenes en los medios, cuyo valor de información y de reflexión cada vez lleva más las de perder frente al valor sensacionalista. “Los imágenes consiguen convertirse en sensaciones. Pero el reportero fotográfico tiene que procurar que las sensaciones se conviertan en imágenes”, advierte Walter Koschatzky en su obra “Kunst der Photographie” (El arte de la fotografía). Con el titulo de la obra de referencia se indica también la manera en la que Mirko Krizanovic consigue dar a sus fotografías poder de penetración. Por más actuales, conmovedoras, divertidas o emocionantes que sean, es en última instancia a sus cualidades artísticas formales a las que se debe que capten nuestra atención de manera duradera. Y esas cualidades comienzan ya con la limitación del fotógrafo al blanco y negro, con los matices de grises intermedios: una decisión por la abstracción que logra sugerir, según los casos, sobriedad objetiva a magia. Es el contraluz, con el filtro lechoso producido por las paredes interiores y el tejado imbricados, lo que hace que, una vez más, el bazar de Kundus y sus visitantes destacados por la cámara con selectiva agudeza, se conviertan para nosotros en un lugar de ensueño de las mil y una noches. Aunque sabemos que Afganistán dista mucho de ser un país pacificado y próspero. Mirko Krizanovic lo ha recorrido el año pasado, y no se ha limitado, ni mucho menos, a los lugares civiles que "ofrecen seguridad”. Del mismo modo que, en la década y media pasada, anduvo por los Estados sucesores de la antigua Yugoslavia, desgarrados por la guerra civil, y por las repúblicas de la antigua Unión Soviética, afectadas por sus propias crisis y problemas de adaptación. Sin embargo, a diferencia de sus colegas “soldados con cámara”, desde Robert Capa o James Nachtwey, no busca el peligro. Sus fotografías convencen sin necesidad del olor a sangre y el sudor del miedo. Lo que tienen de contenido humano comprometido surge muchas veces con un motivo muy poco dramático, como prueban las doce fotografías seleccionadas para el calendario Merck de 2006. Dos ejemplos: la serena y no obstante chispeante amabilidad con la que se tratan las dos vendedoras de Freetown, Sierra Leona, que transportan su mercancía sobre la cabeza; el cuidado protector con el que la mujer que viaja en el autobús que se dirige a Casablanca deja reposar, sobre la cabeza del niño que lleva dormido, la mano tatuada con henna. En ambos casos ha concentrado el fotógrafo su motivo mediante la elección de la escena. ¡Obsérvese al respecto todo lo que nos dicen ya las manos y las ojos, la dirección de los gestos y las miradas! Son sólo pequeños detalles que, sin embargo, deberían ser entendidos en todo el mundo sin necesidad de comentario …
La última imagen que acabamos de comentar, con su contraste de la madre vestida con ropa bereber tradicional, y el niño, con pantalón y camisa estampados estilo pop occidental, nos conduce a una estrategia del arte fotográfico que gusta de aplicar Mirko Krizanovic: el contraste de los contenidos. Todos sabemos lo que la fotografía en blanco y negro consigue a partir del contraste entre la cloro y lo oscuro, entre lo nítido y lo difuminado. Krizanovic hace un uso magistral de estas posibilidades. Por ejemplo, la pareja de tango argentina que se desplaza dinámicamente en la negrura del escenario, o la limpiachimeneas que, como una figura recortada con tijeras, se destaca del cielo sobre un tejado inclinado. Pero, a veces, el contraste inherente a los objetos (procedente de su origen cultural, temporal o de otra índole) es ya indicio de mundos heterogéneos que chocan entre sí. Así, la caseta de tiro con tejado de chapa ondulada de la Habana, injertada en la noble arquitectura de arcadas como un furúnculo estético, no necesita más palabras para hacernos comprender tanto el carácter variopinto del comunismo caribe como la miseria económica en la que se encuentra Cuba. En otra ocasión confronta el fotógrafo diversos niveles de realidad y aspiración con puntos culminantes plásticos que a veces inducen a sonreír, como cuando nos encontramos con una estatua de bronce sobre un pedestal y un hombre subido en una maleta delante del Federal Hall de Washington. O en el caso del motivo de la imagen dentro de la imagen de las obras de renovación previas a una exposición del pintor barroco Guido Reni en la Kunsthalle Schirn de Fráncfort. Dos concepciones sumamente contrarias de lo que debe entenderse por pintura gremial se encuentran íntimamente unidas.
Se necesita algo más que la mezcla de intuición, experiencia y ese imprescindible poquito de mera suerte, para lograr, como fotógrafo de prensa, la colocación adecuada de la cámara en el momento y el lugar adecuados. Para conseguir fotografías con fuerza expresiva se necesita asimismo una especial actitud interior del fotógrafo. “A menudo he ido a otro sitio que mis colegas”, resume Mirko Krizanovic, y no se refiere a sus viajes par tierras lejanas. Habla de recorrer y probar los más diversos lugares. Un resultado notable es la fotografía del acróbata Philippe Petit en el número en la cuerda floja realizado en la catedral de Fráncfort en 1994, tomada no desde la orilla norte del río Meno, sino – con teleobjetivo – desde la orilla sur. Era, por lo demás, el primer trabajo que hacía Krizanovic como fotógrafo libre, después de trabajar ocho años para el Frankfurter Allgemeine Zeitung, donde Barbara Klemm y Wolfgang Haut apoyaron al joven fotógrafo con su solidaridad y con valiosas indicaciones. La imagen del funámbulo muestra una vez más a Mirko Krizanovic con propósito de ser artista fotográfico: la composición, sumamente desequilibrada en principio, contrapone al frágil chiquillo a la imponente obra arquitectónica, pero saca partido de los cables de estabilización, atirantados hacia abajo en oblicuo, cuyo ángulo agudo da la réplica a la torrecilla y las agujas medievales. “No se puede componer al azar. Se impone una necesidad. Y tampoco es posible separar el contenido de la forma”, confirma Henri Cartier-Bresson, gran maestro de la fotografía del siglo XX, defensor del “momento decisivo”, y que por sus opiniones sobre el oficio está de acuerdo, en puntos esenciales, con Krizanovic, quien, por la edad, podría ser su nieto. También su reticencia a abusar del concepto de hacer "en arte”. En el currículum del fotógrafo de prensa Mirko Krizanovic nunca aparece la palabra arte. Las series fotográficas que se trae a casa de sus encargos en Alemania y en el extranjero, para seleccionarlas y valorarlas, son sin duda documentos de primera mano. Y sin embargo, la mirada artística – tal como hemos podido analizarla en unos cuantos ejemplos – es inconfundible. Puede, por tanto, decirse con razón que, en el caso de Mirko Krizanovic, la documental no es ninguna limitación de lo artístico, sino su caja de resonancia.
